LA MONTAÑA

 

Cuando tenía 14 años nos llevaron de excursión a Córdoba. Por primera vez vi una montaña. Recuerdo que me quedé un rato mirando esa inmensidad quieta y silenciosa. Enorme. Inmóvil. Sorprendente para mis ojos que solo habían visto el mar. Ese movimiento continuo, vaivén que susurra, fuerza que me invita, placer que me contiene.

En cambio, ella estaba ahí. ¿Muda? Como si hablara otro idioma. No nos entendimos. Construí que a mi no me gusta el paisaje montañoso, en muchas conversaciones repetía que no, que me pone triste, que me angustia, que no me llevo bien con la montaña.

Muchos años después me sorprendí. Trevelin, Esquel, las caminatas, el reflejo de la montaña nevada en el lago…Sentí con todo mi ser la emoción de aquel ser tan mineral como esta vivencia mía de las cosas. La montaña y yo nos parecemos. ¿En que nos parecemos? Buscando mi parecido con la montaña me encuentro con mis apuntes de Impregnología. Leo lo que dice sobre la vivencia mineral de mi simetría 6….”tienden a mantener la estabilidad de su identidad resistiendo lo que busque cambiarlos desde fuera…la sensibilidad con la que se relaciona con el mundo debe pasar por su corazón mineral que le pide que asimile todo dentro de su identidad…” En las caminatas ya no somos la montaña y yo…una comunión nos mantiene unidas, nos hace desear volver a encontrarnos…disfruto de ser montaña…quiero llevar de la mejor manera este don mineral que hay en mí…elevar la mineralidad…honrar a la montaña en mi vivencia mineral, con este corazón que todo lo piensa.

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